
Entre la abundancia imaginada y la urgencia del cuidado: reconfigurar los imaginarios del agua en Uruguay

En Uruguay, el agua ocupa un lugar paradójico en el imaginario colectivo. Por un lado, predomina la percepción de disponibilidad constante, casi automática: en las ciudades, abrir una canilla y obtener agua potable es una rutina tan incorporada que rara vez se cuestiona. Este acceso garantizado ha forjado un imaginario de abundancia estructural, donde el agua es vista como un bien inagotable. Sin embargo, en los márgenes rurales y en momentos de crisis, este imaginario se resquebraja, revelando vulnerabilidades que permanecen invisibles en tiempos de normalidad.
Esta dicotomía —entre el agua garantizada y el agua en disputa— no solo configura actitudes hacia su uso, sino también condiciona las posibilidades de acción colectiva y de políticas sostenibles. Como revelaron las sequías extremas de los últimos años, la preocupación por el agua sigue siendo mayoritariamente reactiva: emerge cuando el recurso escasea o se degrada, y se desvanece una vez superada la emergencia. Mientras tanto, se mantiene una desconexión profunda entre la población urbana y los sistemas naturales y sociales que hacen posible el acceso al agua.
El problema no es únicamente técnico o institucional: es también simbólico y cultural. La idea de Uruguay como país “bendecido” por la abundancia hídrica —con ríos, lagunas y acuíferos como el Guaraní— ha reforzado una confianza excesiva en la disponibilidad natural, restando urgencia a las necesarias transformaciones en la gestión del recurso. Esta narrativa de abundancia perpetúa una cultura del uso despreocupado, en la que el costo ambiental del servicio no se internaliza ni se hace visible en las tarifas o en las decisiones cotidianas.
Frente a esta situación, es urgente reconfigurar los imaginarios del agua: pasar de concebirla como un insumo garantizado a entenderla como un bien común vivo, frágil y relacional. En este cambio de mirada, las crisis pueden funcionar como ventanas de oportunidad si son acompañadas por procesos pedagógicos, participativos y simbólicos que movilicen nuevas sensibilidades. Esto implica reconocer no solo las fallas del sistema, sino también las prácticas comunitarias, educativas y artísticas que ya están construyendo otros vínculos con el agua: desde experiencias de recolección de lluvia hasta narrativas territoriales que restablecen su valor cultural, espiritual y afectivo.
El desafío no es menor: reimaginar el agua es también reimaginar la forma en que habitamos el territorio, gestionamos los bienes comunes y nos relacionamos con los ciclos naturales. Uruguay tiene condiciones privilegiadas para transitar hacia una nueva cultura del agua, pero para lograrlo, es necesario activar una transición narrativa que integre conocimiento, memoria y responsabilidad.
En definitiva, transformar el imaginario del agua no es un lujo simbólico, sino una condición política para sostener el futuro. Dejar atrás la comodidad de la abundancia imaginada y abrazar una visión más consciente, sensible y solidaria del agua es clave para construir una gobernanza hídrica justa, anticipatoria y profundamente enraizada en el cuidado mutuo.
INSUMOS AL ARTICULO
Entrevistas y grupos focales realizados en el marco del proyecto "Brechas de adaptación en la seguridad hídrica"